Nuestras Opiniones
Innovación en agronegocios: tecnología para la productividad e inclusión rurales
Los ecosistemas agrícolas de los países en desarrollo se enfrentan a desafíos complejos, desde la baja productividad y el aislamiento del mercado hasta el cambio climático y la pobreza rural. La innovación en los agronegocios ofrece un camino a seguir al aprovechar la tecnología, promover la sostenibilidad y fomentar el desarrollo económico rural en conjunto. Cuando la agricultura y la agroindustria trabajan en sinergia, pueden impulsar el crecimiento económico, la seguridad alimentaria, la reducción de la pobreza y el empoderamiento de las comunidades, formando la columna vertebral del desarrollo rural. Este artículo explora cómo las innovaciones tecnológicas, las prácticas sostenibles y las estrategias de desarrollo rural inclusivo se refuerzan mutuamente para fortalecer los ecosistemas agrícolas. Se basa en las ideas del libro blanco «Innovación en agronegocios: tecnología para la productividad y la inclusión rurales» y en ejemplos reales del trabajo de consultoría de Aninver en Panamá, Liberia, el G5 del Sahel y Túnez. La lección clave: un enfoque integrado y sensible al contexto es esencial para transformar la agricultura rural en un motor de prosperidad resiliente e inclusivo.
La tecnología como motor de la productividad y la inclusión
La tecnología moderna está revolucionando la agricultura en todo el mundo en desarrollo. Las herramientas digitales y la conectividad permiten que incluso los pequeños agricultores remotos accedan a información, servicios financieros y mercados que antes estaban fuera de su alcance. Por ejemplo, las aplicaciones móviles ahora envían pronósticos meteorológicos, consejos sobre cultivos y precios de mercado a los teléfonos de los agricultores, lo que les ayuda a tomar decisiones informadas. En Panamá, un nuevo programa está fortaleciendo las capacidades institucionales para el monitoreo digital y la toma de decisiones basada en datos en la agricultura. Al digitalizar los servicios de extensión y utilizar un marco de seguimiento, ajuste y aprendizaje en línea, los agentes de extensión pueden hacer un seguimiento del progreso de los agricultores y adaptar el apoyo en tiempo real. Estas innovaciones garantizan que la tecnología beneficie a las comunidades rurales y mejore los resultados sobre el terreno.
Igualmente importantes son las herramientas de mecanización y agricultura de precisión que aumentan la eficiencia. La teledetección mediante drones o satélites, la maquinaria agrícola guiada por GPS y los sensores del Internet de las cosas (IoT) ya no son ciencia ficción en las pequeñas explotaciones agrícolas. Por ejemplo, los proyectos de agronegocios de Aninver han aprovechado la teledetección, los sensores de suelo del IoT y el software de gestión agrícola para hacer que la agricultura se base más en los datos. Estas tecnologías permiten a los agricultores optimizar el uso de fertilizantes, detectar el estrés de los cultivos de manera temprana y regar con mayor precisión, lo que mejora la productividad y, al mismo tiempo, aumenta la resiliencia climática. En una iniciativa, la programación del riego impulsada por la inteligencia artificial redujo significativamente el uso de agua en las fincas de almendros sin sacrificar los rendimientos. Esto ilustra cómo la innovación tecnológica puede generar beneficios para todos, ya que aumenta la producción y la rentabilidad a la vez que conserva los recursos.
Sin embargo, la tecnología por sí sola no es una fórmula mágica. Existe el riesgo de que la brecha digital deje atrás a quienes carecen de acceso o habilidades. Como subraya la investigación, la tecnología digital no debe crear nuevas barreras para las personas sin dispositivos ni capacidades digitales; cualquier despliegue tecnológico debe ir acompañado de iniciativas de formación e inclusión. En la práctica, esto significa combinar las soluciones de alta tecnología con el desarrollo de capacidades sobre el terreno. El programa de Panamá, por ejemplo, capacita a jóvenes «enlaces de innovación», es decir, jóvenes locales que asesoran a otros agricultores en el uso de técnicas mejoradas y herramientas digitales. Este vínculo humano garantiza que incluso los agricultores menos expertos en tecnología puedan adoptar nuevas prácticas de manera eficaz. En términos más generales, se necesitan infraestructuras de apoyo (como la conectividad a Internet en las zonas rurales) y políticas propicias para que las innovaciones puedan arraigar. Una conclusión clave de la experiencia global es que los marcos y las políticas deben apoyar la modernización agrícola, la adopción de tecnología y la creación de capacidades, junto con las inversiones en infraestructura y educación. Cuando se cumplen esas condiciones, la tecnología se convierte en un poderoso motor de inclusión, ya que conecta a los agricultores con el conocimiento, los servicios financieros y los mercados a los que nunca antes podrían acceder y, en última instancia, reduce las brechas entre las zonas rurales y urbanas.
Agricultura sostenible y prácticas resilientes al clima
La sostenibilidad es el segundo pilar crucial para fortalecer los ecosistemas agrícolas. Los agricultores de muchos países en desarrollo se encuentran en la primera línea del cambio climático y se enfrentan a precipitaciones irregulares, sequías y degradación de la tierra. Por lo tanto, el aumento de la productividad no puede lograrse a expensas del medio ambiente; de hecho, la productividad a largo plazo depende de la conservación del suelo, el agua y la biodiversidad. Las prácticas agrícolas sostenibles, a menudo denominadas agricultura inteligente desde el punto de vista climático, buscan equilibrar estas necesidades aumentando los rendimientos y, al mismo tiempo, salvaguardando los recursos naturales.
Un enfoque eficaz es la adopción de prácticas agroecológicas, es decir, técnicas que funcionan con los ecosistemas naturales (diversificación de cultivos, agrosilvicultura, gestión orgánica del suelo, etc.) para mejorar la resiliencia. En Panamá, el componente de innovación productiva sostenible de un programa nacional consiste en promover sistemas agrícolas agroecológicos y resilientes al clima a través de granjas de demostración y asistencia técnica. Se está apoyando a miles de familias de pequeños agricultores en la transición a prácticas como la fertilización orgánica, las variedades de cultivos tolerantes a la sequía y la mejora de la conservación del suelo, que mejoran la productividad y preservan el medio ambiente. Esto tiene un doble beneficio: los agricultores obtienen mejores cosechas e ingresos, y sus explotaciones se vuelven más resilientes a las crisis climáticas, como las inundaciones o las sequías.
La sostenibilidad también implica abordar de frente la degradación de la tierra y la escasez de recursos. En algunas partes del Sahel del G5 de África (Burkina Faso, Mali, Mauritania, Níger y Chad), décadas de uso excesivo y un clima hostil han provocado una grave erosión del suelo y escasez de agua. La agricultura y el medio ambiente están profundamente interrelacionados en estas regiones frágiles: la sequía y la degradación de las tierras agravan la fragilidad social, y viceversa. Un estudio reciente realizado específicamente en África en el Sahel descubrió que restaurar la fertilidad de la tierra y mejorar el acceso al agua no son solo objetivos ambientales, sino que también son fundamentales para la estabilidad y los medios de vida. El estudio proporcionó recomendaciones políticas para hacer que los proyectos agrícolas sean «sensibles a la fragilidad», garantizando que las intervenciones (como la introducción de cultivos resistentes a la sequía o técnicas de recolección de agua) estén diseñadas para reducir los riesgos de conflicto y reforzar la resiliencia de las comunidades. La lección es clara: las prácticas sostenibles sensibles al contexto son vitales. Lo que funciona en un ecosistema (por ejemplo, el riego por goteo en regiones semiáridas) puede diferir en otro (por ejemplo, el cultivo con agua de inundación en llanuras aluviales), pero el principio de alinear la agricultura con las realidades ecológicas es válido en todas partes.
Por último, la sostenibilidad en la agricultura se beneficia enormemente de la tecnología, cerrando el círculo con nuestro primer tema. Las innovaciones, como el riego con energía solar, los biofertilizantes o las aplicaciones que informan a los agricultores sobre las técnicas inteligentes desde el punto de vista climático, aceleran la adopción de prácticas sostenibles. Por ejemplo, las herramientas de agricultura de precisión, como el riego guiado por inteligencia artificial, no solo mejoran los rendimientos sino que también reducen el uso de los recursos, lo que hace que las granjas sean más resilientes a la variabilidad climática. En resumen, integrar la sostenibilidad en la innovación de los agronegocios ya no es opcional; es un imperativo para la productividad rural y la seguridad alimentaria a largo plazo. Los agricultores que hoy adoptan prácticas de resiliencia climática están invirtiendo en la salud futura de sus tierras y comunidades.
Desarrollo económico rural y cadenas de valor inclusivas
La tecnología y la agricultura sostenible tendrán un impacto limitado a menos que las comunidades rurales puedan convertir los aumentos de productividad en oportunidades económicas. Aquí es donde las iniciativas de desarrollo económico rural, especialmente las que se centran en los mercados, el valor agregado y el crecimiento inclusivo, desempeñan un papel fundamental. Fortalecer un ecosistema agrícola significa no solo cultivar más cultivos, sino garantizar que los agricultores puedan ganarse la vida dignamente con esos cultivos. Para ello es necesario tender puentes entre la agricultura y la economía en general.
Una estrategia fundamental es desarrollar cadenas de valor agrícolas que conecten a los pequeños productores con los mercados, las agroindustrias y los consumidores. Con demasiada frecuencia, los pequeños agricultores de los países en desarrollo están aislados: venden productos crudos en las propias explotaciones agrícolas con pocos beneficios, sin acceso a instalaciones de procesamiento o a mercados lucrativos. La innovación en los agronegocios aborda este problema organizando a los agricultores en cooperativas, mejorando la logística rural y atrayendo inversiones en procesamiento y almacenamiento. Por ejemplo, el programa de Panamá tiene un componente de innovación de mercado inclusivo que ayuda a los agricultores y a los jóvenes rurales a desarrollar planes de negocios, reducir las pérdidas posteriores a la cosecha y acceder a mercados de mayor valor. Al mejorar las prácticas básicas (como mejorar el almacenamiento en las fincas para evitar que se estropeen) y vincular a los productores con los compradores o los procesadores de productos agrícolas, estas iniciativas permiten a los agricultores obtener más valor de lo que producen. También implica diversificar los productos, pasando de vender productos básicos sin procesar a transformar frutas en mermeladas o leche en queso, aumentando así los ingresos y el empleo rural.
El espíritu empresarial y el desarrollo de las pymes en las zonas rurales impulsan aún más el crecimiento económico. Cuando las personas de las zonas rurales reciben la información, las herramientas y las oportunidades para dedicarse no solo a la agricultura sino también a la agroindustria (como administrar una pequeña empresa alimentaria o una empresa de suministro de insumos agrícolas), pueden tomar el control de su propio desarrollo y construir comunidades resilientes y autosuficientes. En muchos países, asistimos al auge de los «agroemprendedores», es decir, agricultores innovadores o empresas emergentes lideradas por jóvenes que ofrecen servicios agrícolas, desde servicios de drones agrícolas hasta mercados agrícolas móviles. Apoyar a estos innovadores de base mediante la formación, la tutoría y el acceso al crédito produce un doble beneficio: la creación de empleo para los jóvenes de las zonas rurales y una mayor innovación en el sector agrícola local. En Túnez, por ejemplo, el programa TRACE (cadenas de empleo rural y agrícola tunecinas), financiado por el Banco Mundial, tenía como objetivo explícito impulsar la competitividad agrícola y, al mismo tiempo, estimular el empleo rural para los jóvenes y las mujeres. Estos programas reconocen que aprovechar la energía de los jóvenes emprendedores (y empoderar a las mujeres agricultoras) puede transformar la economía rural desde dentro, haciéndola más dinámica e inclusiva.
El apoyo político e institucional también es clave para el desarrollo económico rural. Los gobiernos deben crear un entorno propicio, mediante la infraestructura rural (carreteras, electricidad, banda ancha), las regulaciones de apoyo y la inversión en investigación y extensión, para que las innovaciones puedan prosperar. En Liberia, un proyecto innovador de creación de capacidad abordó un aspecto que a menudo se pasa por alto: el marco fiscal y político agrícola. Los consultores trabajaron con la Autoridad Tributaria de Liberia para analizar el papel del sector agrícola en la economía y diseñar un régimen fiscal para gravar al sector agrícola en pequeña escala, en gran medida informal. Al capacitar a los funcionarios tributarios y recomendar cambios en las políticas, el proyecto buscó incorporar una mayor parte de la economía agrícola al sistema formal de manera justa, garantizando que el gobierno pueda reinvertir los ingresos en los servicios agrícolas. Este ejemplo subraya que el fortalecimiento de los ecosistemas agrícolas no se limita a las actividades agrícolas, sino que se extiende a la buena gobernanza, las instituciones y la financiación rural. Cuando los agricultores tienen derechos sobre la tierra seguros, impuestos razonables, acceso al crédito y el apoyo del gobierno, es mucho más probable que inviertan en mejorar sus operaciones y participar en la economía de mercado.
En resumen, los esfuerzos de desarrollo económico rural lo unen todo al crear las condiciones para que los agricultores prosperen económicamente. El acceso a los mercados, la integración de la cadena de valor, la financiación rural y el espíritu empresarial contribuyen a convertir el potencial agrícola en mejores medios de vida. También diversifican las economías rurales más allá de la agricultura de subsistencia únicamente. Los estudios han señalado que la diversificación hacia la agroindustria, los servicios y las microempresas amplía el riesgo económico y aprovecha el potencial latente de las poblaciones rurales, lo que hace que las comunidades sean menos vulnerables y más prósperas. En última instancia, el objetivo es una transformación rural inclusiva, en la que incluso las pequeñas explotaciones familiares estén conectadas a los mercados, contribuyendo al crecimiento nacional y compartiendo los beneficios.
Lecciones clave y estrategias sensibles al contexto
La experiencia de varios países en desarrollo muestra que el fortalecimiento exitoso de los ecosistemas agrícolas requiere un enfoque holístico y sensible al contexto. La tecnología, la sostenibilidad y el desarrollo económico se refuerzan mutuamente, pero solo si se implementan prestando especial atención a las realidades locales. Estas son algunas lecciones y estrategias clave para profesionales y formuladores de políticas:
- Combine la innovación con el desarrollo de capacidades: La simple introducción de herramientas de alta tecnología o nuevos métodos agrícolas no es suficiente, sino que se debe desarrollar la capacidad humana para utilizarlos de manera efectiva. Los programas de capacitación para agricultores, agentes de extensión e instituciones locales son esenciales. Por ejemplo, en el proyecto de Panamá, cientos de agentes de extensión rural fueron capacitados y supervisados como «facilitadores de la innovación» para ayudar a los agricultores familiares a adoptar nuevas prácticas. Empoderar a las personas con habilidades y conocimientos garantiza que las innovaciones arraiguen y perduren.
- Adopte soluciones sostenibles e inteligentes desde el punto de vista climático: todas las iniciativas de desarrollo agrícola actuales deben integrar la sostenibilidad desde el principio. Las prácticas que conservan el suelo, el agua y la biodiversidad hacen que las comunidades agrícolas sean más resilientes a las crisis. Los proyectos deben promover técnicas de adaptación (cultivos resistentes a la sequía, agrosilvicultura, irrigación que ahorra agua) adaptadas al clima local. Esto no solo protege el medio ambiente, sino que también protege la productividad y los medios de vida a largo plazo.
- Fomentar las cadenas de valor inclusivas: fortalecer los ecosistemas agrícolas significa conectar a los agricultores con los mercados. Las iniciativas deben crear vínculos de mercado, agregar valor y crear oportunidades de emprendimiento rural. Ya sea a través de cooperativas, agricultura por contrato o centros de procesamiento de productos agrícolas, ayudar a los agricultores a ascender en la cadena de valor aumentará sus ingresos. La capacitación empresarial inclusiva (como los planes de innovación de mercado de Panamá) y la eliminación de los obstáculos (como las reformas políticas de Liberia) permiten a los pequeños productores participar en mercados rentables.
- Garantizar el apoyo político y el fortalecimiento institucional: el respaldo gubernamental e institucional puede hacer triunfar o deshacer las iniciativas rurales. Los programas que tienen éxito suelen trabajar en estrecha colaboración con las autoridades locales (por ejemplo, los ministerios de agricultura o los institutos de investigación) para alinearse con las estrategias nacionales y desarrollar la capacidad institucional. El fortalecimiento de las instituciones y los sistemas de conocimiento locales —como se hizo al mejorar la coordinación entre el IDIAP de Panamá y el Ministerio de Agricultura en lo que respecta a los sistemas de datos digitales— ayuda a integrar las innovaciones en el sector público en aras de la sostenibilidad. Los marcos políticos deben fomentar la innovación (mediante reglamentos de apoyo, incentivos fiscales o subsidios para la tecnología inteligente desde el punto de vista climático) en lugar de obstaculizarla.
- Utilice los datos y el aprendizaje continuo: los proyectos deben incorporar un seguimiento y una evaluación (M&E) sólidos para hacer un seguimiento del progreso y permitir una gestión adaptativa. La elaboración de estudios de referencia, como en el programa TRACE de Túnez, y la realización de evaluaciones intermedias ayudan a identificar lo que funciona y lo que necesita ajustes. Los circuitos de retroalimentación (como el sistema de monitoreo, ajuste y aprendizaje de Panamá) crean una cultura de mejora continua. Los conocimientos basados en datos permiten ampliar las intervenciones exitosas y corregir el rumbo de las de bajo rendimiento, maximizando así el impacto a través del aprendizaje.
- Adapte las estrategias al contexto local y a las fragilidades: quizás lo más importante es que no existe un modelo único para todos los casos. Las intervenciones deben tener en cuenta el contexto socioeconómico y ambiental de cada comunidad, ya sea una región que sale de un conflicto, una sabana propensa a la sequía o un valle montañoso aislado. En el G5 del Sahel, por ejemplo, el Banco Africano de Desarrollo hizo hincapié en la programación sensible a la fragilidad y capacitó a sus equipos sobre la manera en que el conflicto y la fragilidad interactúan con la agricultura. Comprender la cultura local, la dinámica del poder, los roles de género y los riesgos conduce a soluciones que las comunidades pueden adoptar. Los enfoques participativos, que implican a los agricultores en la planificación y la toma de decisiones, contribuyen a afianzar los proyectos en la realidad e impulsan la propiedad comunitaria.
En general, la integración de estas lecciones crea un círculo virtuoso: la tecnología y la innovación impulsan la productividad; las prácticas sostenibles garantizan que las ganancias no sean efímeras; y las iniciativas de desarrollo económico convierten la producción agrícola en mejores medios de vida y reinversión, lo que a su vez impulsa una mayor innovación. Las historias de éxito muestran repetidamente que cuando los pequeños agricultores reciben las herramientas, la capacitación y las oportunidades de mercado adecuadas, «toman el control de su propio desarrollo» y sus comunidades se vuelven más resilientes, exitosas y autosuficientes. El camino para fortalecer los ecosistemas agrícolas pasa por este enfoque equilibrado, que combina el poder de la innovación con la sabiduría de la sostenibilidad y la inclusividad de un desarrollo rural de base amplia.
Explore proyectos relacionados de Aninver
Si está interesado en ver estos principios aplicados en la práctica, lo invitamos a explorar algunos de los proyectos de Aninver que profundizan en la tecnología agrícola, la sostenibilidad y el desarrollo rural en acción:
- Proyecto de asistencia técnica para la agricultura familiar (Región 1, Panamá): una iniciativa financiada por el BID en el marco del programa PIASI de Panamá que ayuda a miles de agricultores familiares a mejorar la productividad, la resiliencia climática y los ingresos mediante la capacitación, la planificación participativa y un sistema de monitoreo digital.
- Desarrollo de capacidades y capacitación agrícolas para el NRTS de la Autoridad Tributaria de Liberia: un proyecto a corto plazo con el Banco Africano de Desarrollo para fortalecer la Autoridad Tributaria de Liberia. Examinó la contribución del sector agrícola a la economía y capacitó a los funcionarios tributarios para diseñar un marco fiscal que integrara a los pequeños agricultores en el sistema tributario formal, con recomendaciones políticas para un entorno empresarial más favorable.
- Agricultura, biodiversidad, degradación de la tierra y fragilidad en el G5 del Sahel: un proyecto de conocimiento y asistencia técnica que abarca Burkina Faso, Mali, Mauritania, Níger y Chad. Examinó cómo la degradación de la tierra, la sequía y la agricultura se entrecruzan con la fragilidad social, proporcionó directrices políticas sensibles a la fragilidad y desarrolló capacitaciones para profesionales con el fin de incorporar la resiliencia en los programas agrícolas.
- Evaluación del impacto del Programa de Cadenas de Empleo Rural y Agrícola (TRACE) de Túnez: una evaluación rigurosa del programa «Cadenas de empleo rurales y agrícolas» (TRACE) de Túnez destinado a impulsar la competitividad de los agronegocios y los empleos rurales. El proyecto estableció una base de referencia, llevó a cabo evaluaciones intermedias y finales y utilizó metodologías basadas en datos para medir cómo TRACE mejoró el empleo de jóvenes y mujeres y la integración de las cadenas de valor agrícolas, garantizando la rendición de cuentas y el aprendizaje para las futuras iniciativas rurales.
Cada uno de estos proyectos ofrece valiosos conocimientos y lecciones aprendidas en entornos del mundo real, desde América Latina tropical hasta África subsahariana. Ilustran la diversidad de enfoques necesarios para fortalecer los ecosistemas agrícolas. Alentamos a los lectores interesados en el desarrollo rural, las políticas públicas o la tecnología agrícola a profundizar en estos casos para comprender mejor qué es lo que funciona y por qué. Si aprendes de estas experiencias y apoyas las iniciativas que integran la tecnología, la sostenibilidad y el desarrollo inclusivo, puedes formar parte del movimiento para empoderar a las comunidades agrícolas y garantizar un futuro más resiliente para la agricultura.
¿Estás listo para explorar más? Consulta las páginas y publicaciones de los proyectos de Aninver para ver informes detallados e historias de éxito, y considera cómo podrías aplicar estos conocimientos o colaborar en iniciativas similares. Los desafíos son enormes, pero con la innovación, el compromiso y las estrategias que tienen en cuenta el contexto, también lo son las oportunidades de generar impacto.









