Nuestras Opiniones
Medición del impacto social de la economía creativa
Cuando hablamos de la economía creativa, el primer instinto suele ser buscar grandes cifras: contribución al PIB, ingresos de exportación, número de puestos de trabajo. Estos indicadores son importantes, pero pasan por alto algo esencial. La creatividad también cambia la forma en que las personas se ven a sí mismas, la forma en que las comunidades interactúan y la forma en que los jóvenes imaginan su futuro. Eso es lo que entendemos por impacto social, y es mucho más difícil de plasmar en una hoja de cálculo.
En nuestro trabajo en Aninver, hemos tenido que enfrentarnos a este desafío en contextos muy diferentes: desde el diagnóstico de la economía creativa en Sierra Leona hasta el diseño de un programa nacional para las industrias creativas en Ruanda, pasando por la trayectoria a largo plazo de Fashionomics Africa o el Plan de Acción para las Industrias Creativas de Newcastle-under-Lyme (Reino Unido). Cada tarea nos obligaba a responder a una pregunta engañosamente sencilla: más allá de los titulares económicos, ¿qué es lo que realmente está cambiando en la vida de las personas?
¿Qué significa realmente el «impacto social»?
Si le preguntas a un ministerio de finanzas, a un cineasta y a un organizador comunitario qué es el impacto social, es probable que escuche tres respuestas muy diferentes. Sin embargo, las historias tienden a converger.
Puede ser una mujer joven que convierte su talento para la moda en un negocio formal y contrata a sus primeros empleados. Puede ser un barrio que se siente más seguro y vivo gracias a la celebración de un festival local, un local de música o un centro cultural que reúne a la gente. Puede tratarse de un grupo de artistas que por fin tienen una plataforma para mostrar su trabajo y sienten que se valora su idioma, su historia y su realidad cotidiana.
En Sierra Leona, por ejemplo, muchos creadores que conocimos hablaron sobre los ingresos, pero rápidamente pasaron al reconocimiento y la visibilidad. Para ellos, el impacto significaba más que tener una cuenta bancaria más grande. Implicaba que los bancos, los ministerios y los socios internacionales los tomaran en serio, tener espacios para actuar y ver cómo su trabajo viajaba. Si solo nos fijamos en los datos de facturación, pasamos por alto por completo esa dimensión.
Por eso, cuando hablamos de medir el impacto social, no solo contamos los puestos de trabajo. Estamos intentando entender si el trabajo creativo amplía las oportunidades, fortalece la identidad, fomenta la confianza y abre puertas que antes estaban cerradas.
¿Por qué es tan difícil de medir?
A diferencia de una carretera o una central eléctrica, las iniciativas creativas rara vez producen una imagen nítida del «antes y el después». Gran parte de la actividad es informal, los datos están fragmentados y los efectos se extienden a otros sectores de manera sutil. Una película de éxito, un nuevo festival o un centro creativo pueden cambiar la opinión de las personas acerca de su ciudad, la forma en que los jóvenes ven su futuro o la forma en que se usa un vecindario, pero esos cambios no siempre son visibles en las estadísticas tradicionales.
En Ruanda, donde apoyamos al Banco Africano de Desarrollo con un estudio de viabilidad y el diseño de un programa nacional de economía creativa, esta complejidad es muy evidente. El programa se basa en cuatro pilares principales: el capital humano, la infraestructura, la financiación y un entorno propicio. Sin embargo, los sistemas de datos existentes no se crearon para captar lo que realmente ocurre en los estudios de música, los colectivos de moda, las empresas emergentes de diseño o las plataformas de contenido digital. Muchos actores operan de manera informal, las cadenas de valor se superponen y el impacto real a menudo se refleja en cosas como las nuevas colaboraciones, la visibilidad del talento ruandés o las oportunidades para las mujeres y los jóvenes que no se reflejan en los indicadores económicos estándar. Parte de nuestro trabajo en este ámbito no consiste solo en diseñar el programa, sino también en ayudar a definir el marco de seguimiento y evaluación que permita rastrear este tipo de valor sin simplificarlo demasiado.
Nuestro trabajo continuo en Newcastle-under-Lyme, en el Reino Unido, añade otro nivel al desafío. El Ayuntamiento quiere un plan estratégico de industrias creativas y de acción que vincule la creatividad con el crecimiento económico local, la infraestructura cultural, el espíritu empresarial y el bienestar de la comunidad. Para ello, primero estamos cartografiando el ecosistema creativo y cultural local y trabajando con las partes interesadas para definir de manera conjunta lo que debería ser el «éxito»: empresas creativas más sostenibles, sí, pero también un mayor uso de los espacios culturales, una participación más inclusiva, mejores vínculos entre la innovación digital y el talento local, y un sentido de identidad más claro para la ciudad. El proyecto aún se encuentra en la fase de planificación, por lo que la atención se centra en diseñar KPI y herramientas digitales realistas y significativas para la gestión de datos culturales que puedan captar el progreso a lo largo del tiempo, en lugar de depender únicamente de las cifras principales, como los puestos de trabajo o la venta de entradas.
En ambos contextos, el patrón es similar: las ambiciones son altas y la economía creativa se encuentra en la encrucijada de muchos objetivos políticos, pero las herramientas para medir los avances aún se están poniendo al día. Una gran parte del trabajo consiste en ayudar a los gobiernos y a los socios para el desarrollo a crear esas herramientas a medida que el ecosistema evoluciona, de modo que lo que más importa en la economía creativa no desaparezca entre las líneas de una hoja de cálculo.
Convertir las grandes ideas en preguntas concretas
Una forma que nos ha resultado útil es olvidarnos de los indicadores desde el principio y empezar con preguntas sencillas y humanas. ¿Quién se supone que se beneficiará de esta política o proyecto? ¿Qué debería ser diferente en sus vidas dentro de unos años? ¿Y qué está haciendo exactamente esta iniciativa para ayudar a que se produzca ese cambio?
Cuando diseñamos el diagnóstico y el plan de acción para la economía creativa de Sierra Leona, estas preguntas guiaron todo el proceso. El gobierno quería más y mejores empleos, más formalización y una mayor visibilidad internacional. Eso nos llevó a centrarnos en aspectos como el acceso a la formación y la financiación, la presencia de espacios creativos fuera de la capital o la capacidad de los artistas para proteger y monetizar su propiedad intelectual. Solo después de que esas prioridades estuvieron claras, las convertimos en indicadores y herramientas de recopilación de datos.
Una lógica similar guía nuestro trabajo en Ruanda. El programa allí se organiza en torno a pilares como las habilidades, la infraestructura y las finanzas. Pero bajo esos títulos hay historias muy concretas: un cineasta que intenta acceder a un equipo, un empresario de moda que negocia con un banco, un joven músico que aprende a gestionar los ingresos digitales. El marco de impacto que ayudamos a diseñar sigue esas trayectorias en lugar de permanecer en un nivel abstracto.
¿Cómo se siente una buena medición sobre el terreno?
Imagina un centro creativo en una ciudad africana: un espacio en el que diseñadores de moda, desarrolladores de juegos y artistas digitales compartan estudios, equipos y mentores. Al principio, recopilamos información sencilla sobre quién usa el centro, cómo obtienen sus ingresos, si emplean a otras personas y qué herramientas digitales utilizan. Hablamos con ellos sobre sus expectativas y temores.
Unos años más tarde, si las cosas van bien, el panorama es diferente. Algunos de esos creativos han pasado de ser autónomos a propietarios de negocios. Han aparecido nuevos empleos, a menudo para jóvenes y especialmente para mujeres. Un puñado de marcas exportan o venden en línea a otros países. El vecindario circundante parece más animado, con nuevos cafés, tiendas o eventos culturales.
No todos los cambios se pueden capturar con una precisión perfecta, pero muchos se pueden observar y documentar. Una combinación de cifras (ingresos, empleos, nuevos clientes, mercados de exportación) y pruebas narrativas (entrevistas, estudios de casos, testimonios) comienza a mostrar una historia creíble de transformación.
En Fashionomics Africa, donde apoyamos al Banco Africano de Desarrollo desde el estudio de viabilidad inicial de la plataforma en línea hasta su desarrollo, esto ha sido muy tangible. La iniciativa siempre tuvo la intención de ser más que un mercado. Era una forma de dar visibilidad a miles de empresas del sector textil y de la confección, en su mayoría dirigidas por mujeres, y de hacer un seguimiento de cómo el acceso a la formación, las herramientas digitales y las redes cambiaba sus perspectivas con el tiempo. Los datos de uso de la plataforma, combinados con encuestas e historias de éxito, se han convertido en un argumento poderoso para seguir invirtiendo en el empoderamiento económico de las mujeres a través de la moda.
Lo que hemos aprendido en el camino
Trabajar en iniciativas de economía creativa en entornos tan diferentes nos ha enseñado algunas cosas sobre la medición del impacto que parecen universales.
La primera es que las cifras son esenciales pero incompletas. Sin datos, es difícil convencer a los ministerios de finanzas, los bancos de desarrollo o los ayuntamientos de que apoyen los programas creativos. Pero si los datos no están anclados en experiencias reales, pierden su sentido. Tanto en Sierra Leona como en Newcastle-under-Lyme, algunas de las pruebas más convincentes no provienen de estadísticas oficiales, sino de historias cuidadosamente documentadas sobre cómo proyectos específicos cambiaron la trayectoria de las personas.
La segunda es que la perfección es el enemigo del progreso. Muchas instituciones dudan en medir el impacto porque temen que el marco sea demasiado complejo o consuma muchos recursos. Nuestra experiencia en Ruanda y en otros lugares sugiere lo contrario: es mejor ponerse de acuerdo sobre un conjunto pequeño y realista de indicadores que los equipos locales puedan seguir realmente, que diseñar un sistema ideal pero inmanejable. Unos pocos indicadores buenos, recopilados de manera consistente y discutidos abiertamente, son mucho más útiles que una larga lista que permanece en papel.
La tercera es que la medición del impacto funciona mejor cuando se considera una herramienta de aprendizaje. En los ecosistemas creativos, la experimentación es normal. Algunas intervenciones funcionarán muy bien en un lugar y fallarán en otro. Los datos deberían ayudar a refinar las ideas, no a castigar la asunción de riesgos. Cuando diseñamos los marcos de seguimiento para los programas creativos, intentamos asegurarnos de que los resultados se incorporaran a las conversaciones periódicas con las partes interesadas, no solo a los informes finales.
¿Quieres ver cómo se ve esto en la práctica?
Si te interesa saber cómo estas ideas se traducen en proyectos reales, te invitamos a explorar algunos de nuestros trabajos recientes sobre la economía creativa: el conjunto de herramientas y diagnóstico sobre la economía creativa de Sierra Leona, el estudio de viabilidad y diseño de un programa para la industria creativa en Ruanda, nuestra colaboración de larga data con la Fashionomics Africa Initiative o el plan de acción para el desarrollo de industrias creativas para Newcastle-under-Lyme. En conjunto, muestran cómo la creatividad, la medición cuidadosa y las políticas públicas pueden trabajar de la mano para generar no solo valor económico, sino también un cambio social significativo.









